Cuando la investigación no precede a la innovación

Entiendo que el establecimiento de objetivos e indicadores para la investigación e innovación presenta algunos aspectos cuestionables. Entre otros motivos, porque se relacionan como etapas secuenciales de un proceso gestionable de manera científica cuando, en realidad, esto no tiene por qué suceder así.

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Intervención de Cristina Garmendia en Innovae (cc sinc 090316)

En la jornada Innovae referida en mi entrada anterior se gastó un dinero que no creo que haya contribuido a generar o transferir cierto conocimiento, por lo que no deberíamos de considerar esta acción como de investigación, según Esko Aho. Evidentemente, sabemos que «el que no se anuncia, no vende». Por lo tanto, la partida mercadotécnica de las cuentas gubernamentales de la ciencia también ha de tener sus asientos. Sin embargo, sospecho que el dinero quemado en la jornada aparecerá luego dentro del total etiquetado con el manido eslogan del «I+D+i», cuyo porcentaje respecto del PIB se compara con el de otros países, que probablemente elaboren sus estadístican de forma parecida.

Dejando a un lado la efectividad de ese gasto, considero que los speeches políticos siguieron reforzando en exceso uno de los tradicionales «lugares comunes» (bullshit) de la gestión del conocimiento. Pareciera como si las autoridades organizadoras creyeran que no hay más actividades innovadoras que las que van precedidas de las de «Investigación y Desarrollo». También el que éstas fueran casi un patrimonio de la gestión pública, aunque en casi todos los sitios se siga reclamando una mayor participación de las empresas.

Siempre me ha resultado extraño ver cómo muchos siguen pensando que la mejor forma de investigar o de innovar es la de montar unos procesos burocratizados. Sumándome a lo escrito por Juantomás García al hilo de la presentación en TED del sixthsense —un interesante artilugio de futuro procedente del MIT—, considero que «la innovación no se crea como un proceso industrial a fuerza de talonario y de horario de 9 a 5».

Aunque en España no dispongamos todavía de un instituto tecnológico de investigación como el de Massachusetts (MIT, que es privado), me consta que tenemos bastantes investigadores públicos movidos por la ilusión de descubrir alguna de las muchas cosas que ignoramos en todos los campos del saber. Los he visto trabajar sin descanso cuando aplican sus protocolos rigurosos o intuyen que están cerca de ver o de probar algo relevante.

Sin embargo, creo que los referidos son una minoría. La mayoría trabaja básicamente para intentar cumplir con los indicadores y objetivos señalados en los planes, programas, proyectos y presupuestos (horarios, gastos, publicaciones, clases, seminarios, congresos, tesis, solicitudes de patentes…) Si la dirección por objetivos se hace mal en las empresas, ¡qué podemos esperar de la realizada en unas instituciones dirigidas por gerentes menos preparados para ello!

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¿Innovar yendo con la corriente? (© El Roto, El País 090324)

No es ese tipo de enfoque investigador el que nos han enseñado los aficionados como Darwin, que se convirtieron de forma autodidacta en investigadores mundialmente reconocidos trabajando fuera del sistema (al igual que otros muchos grandes, como Galileo, Newton, Freud, Einstein, Ramón y Cajal…). Su heterodoxia no les debió de aportar inicialmente muchas alegrías, ni tampoco sumas de dinero equivalentes a las gastadas hoy día en actuaciones como la de Innovae.

2009, además de «año de la creatividad», es también el bicentenario del nacimiento del padre de la biología y el sesquicentenario de la publicación de su libro más conocido («El origen de las especies»). También hace más o menos un siglo del comienzo de la segunda revolución industrial (cadena de montaje, tras la máquina de vapor), y medio siglo de la tercera revolución de la información (informática y microelectrónica, tras la imprenta y el telégrafo/radio). ¿Qué nos han enseñado estas experiencias?

Me preocupa la creencia de que la «productividad creativa» puede alcanzarse aplicando los principios uniformadores del «management científico» que comenzaron a difundirse con los trabajos de Fayol y Taylor. Se puede racionalizar la administración de los grupos de trabajo para incrementar y estandarizar la producción industrial, como ha quedado demostrado. No obstante, creo que es distinto el progresar sacando partido de las capacidades cerebrales que resultan menos lógicas para una época y conocimientos determinados.

Aparte del gasto promocional y de la burocracia, también me preocupa la influencia de los políticos que copian ciertos métodos y prácticas de los «creativos» de la mercadotecnia. Esta disciplina de la gestión empresarial nació posteriormente para estudiar, entre otras cosas, cómo dar salida a la gran variedad y cantidad de bienes que se producían industrialmente. Como desbordaban nuestras necesidades por todos los lados, había que ver cómo estimulaban su consumo para seguir creciendo.

Paradójicamente, lo anterior resulta ser innovación pura —ya que transforma un conocimiento en dinero— y, además, se deriva de las correspondientes investigaciones en los mercados de gran consumo. ¡Vivir para ver! Seguiremos «investigando»… Es interesante saber quién recibe los beneficios.

Entradas de este cuaderno con alguna relación: Innovae y las fallas.

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